lunes, 9 de diciembre de 2013

Irta

Estos días anduvimos Lú y yo por la costa castellonense, sin viento ni casi frío, con solazo y un mar en absoluta calma. Las piedras redondeadas de las playas, algunos tramos de arena, más piedras, acera de paseo marítimo... Torrenostra, Alcocebre, Peñíscola... El mar a la izquierda, el mar a la derecha, una cama improvisada, una ducha caliente...

El mar, un banco frente al mar, un murete frente al mar... queso y una navaja suiza, un paquete de paleta de jamón y pan del súper, el último pan del súper... Sin viento, con sol y el remate de un cortadito con leche natural que huele a poleo aparte...

No han sido muchos kilómetros y no le echo la culpa a Lú, sino a mi  vagancia natural, a mis amaneceres lentos y costosos tirando a tardíos... Irta, la Serra d'Irta me estaba esperando para la venganza o el desquite. Más de tres años después he vuelto a recordar a los albañiles que me negaron un sorbo de agua. A recordar cuatroporcuatros levantado polvo en su búsqueda cómoda de playa tranquila. Cortado con leche natural en Peñíscola frente a la  morada eterna de nuestro papa Luna y la botella de litroymedio llena y de nuevo Irta, esta vez vencida.

Lú se porta como una campeona, que lo es. No se queja y me consta que se esfuerza mucho. Me hace mucha compañía y procuro que esté siempre cerca. Le pregunto una y mil veces y siempre contesta que está bien, con frecuencia incluso muy bien. Cae la noche al irse el sol redondo al trasluz. Esteno mi flamante sistema de iluminación aunque por poco y a lo lejos, tras otro lento amanecer, Oropesa desde una terracita en el paseo Marítimo a un palmo del Grau de Castelló.

Pocos kilómetros es cierto, poca prisa por nada aún más cierto, tortellinis, jamón y queso, unas papas y el tiempo que se evapora rauda y dolorosamente...

martes, 29 de octubre de 2013

A la sombra pálida de Marines Viejo

A las moreras exhaustivamente podadas les empiezan a nacer los nuevos brotes, dejando atrás el frío invernal y tal vez los focos, los grupos electrógenos, el claqueo del ayudante y las órdenes del director.

Podría haberme comido el sándwich a la sombra de estas cuatro alineadas moreras, pero la sombra que proporcionan aún es casi menos que perceptible; me conformo con el sol de espaldas y sentado sobre el pretil que protege la escueta plaza, frente a la puerta de la iglesia parroquial.

Son las 3:30 horas de una absolutamente en silencio tarde dominical, víspera de una primavera que despunta tenue como las hojas verdes muy verde clarito de estas cuatro hermanas de solitario permanecer en esta estirada y corta placita, aunque su topónimo, de España, la haga presuponer grande.
Justo enfrente, esquina con calle de la Purísima, se recuerda como unos valientes y esforzadas vecinos acercaron al resto de comunidad, frescura y solución de sed a la par que salud para el hígado, para el aparato digestivo, para la vesícula, para el riñón, para el reuma, para la artrosis y para las enfermedades de la piel, según reza en un bello panel cerámico de claros tintes valencianos instalado en el año 2003. Un solitario caño de grifo de baño automático flanqueado por el hueco que dejaron otros cuatro congéneres que tal vez nunca estuvieron.


15,30, quiero llamar a casa y contar donde me encuentro, extrañamente para los tiempos que corren no hay cobertura en este punto de nuestra organizada geografía. Fumo un poco y bajo hacia la calle donde está el único bar del pueblo, mientras oigo bajar el cierre metálico. Cierra, aquí ya no viene nadie, deben haber pensado los dueños y me quedo sin cortadito con leche natural. 
Me pongo en la boca medio chicle de sabor a sandía galáctica, algo es algo con pinta liofilizada de postre dominguero.


Luce un espléndido sol, me quedo un rato zanganeando por estas empinadas callejuelas. Recuerdo la catástrofe y recuerdo muy adentro al hermano Vicente Coll, de cuya mano vengo ahora y después de tantos años a este el que fuera su último pueblo, su morada casi definitiva al aplastarlo una cucaracha de nefasto recuerdo.


Rectifico, sí estaba abierto el mesón, “Mesón Sierra Calderona”. Sencillo y agradable. Hay unos cuantos clientes acabando de comer, atienden barra y mesas dos chicas de trato igualmente agradable. He dejado la bici atada a la reja de la puerta, cual haría el vaquero con su montura. Desde aquí no la veo y eso me intranquiliza.
Acabo rápido y salgo a la porchada estrecha y coqueta con profusión de plantas, la bici sigue allí y aprovecho la coyuntura para encender la pipa, creo que este era el motivo de la prisa y la intranquilidad. Me quedo un rato mientras una pareja sale a fumar entre arrumacos.
Las calles están adoquinadas con rojizo rodeno, recuerdo de antiguos sudores y entre los gastados rectángulos unas hierbecillas verdes estampan vida sobre la áspera superficie que cae en dura pendiente. Me vienen a la memoria dramáticos sucesos leídos. Agua, barro y piedras de todos los tamaños calles abajo. Muerte, desolación, tristeza y desarraigo final, kilómetros abajo.

Domingo, 20 de marzo, sigue brillando el sol, aquí ruedan una serie de televisión que empezaron a emitir este miércoles pasado y yo me siento así, auténticamente protagonista de mi propia serie, de mi propia ficción, de mi real ficción, que vivo a golpes... a golpes de pedal afortunadamente ahora.
15:54 desato la bici, me pongo el casco, los guantes y el chaleco reflectante, calle Mayor abajo abandono este sitio al que debí venir hace años, al que he venido ahora y al que no tardaré en volver.

Por fín sombra



Hacía un día espléndido, a esas horas de la mañana y en una ciudad poquito de tierra adentro todavía ni se adivinaba la brisilla marinera. Dan las siete y media de la mañana en un reloj callado en lo alto de la torre de la iglesia, en esa misma que lenguas mal informadas han dicho alguna vez que era un segundo campanario a medio terminar

Los dígitos gordotes en verde muy luminoso del rótulo de la farmacia indica a esas horas 19 grados. No está mal para este domingo primaveral. Calle Mayor abajo, enfila por la calle Valencia en una ruta conocida por la que puede ir a cualquier sitio o sencillamente a ninguno.

Antes de cambiar de ciudad, tan sólo unos metros de asfalto separan una de otra, se detienen a tomar un cortado con leche natural. Se sienta en una de las mesas que ya han puesto en la acera. Apenas pasa nadie, algún madrugador sale de la estación del metro, algún otro dirige sus pasos hacia el recién inaugurado hospital. Dentro del bar están casi los mismos clientes de siempre, gente que conversa, gente que mira ya tempranamente la retransmisión de un premio de Fórmula 1. Nota que como casi siempre que se para en este bar, con atuendo de ciclista y la bici alforjada (aunque sólo sea a medias), siempre hay alguien que hace algún comentario sobre él, sobre su bici, sobre las ganas que tiene, sobre que a buenas horas iban ellos...

Enciende la pipa, ésto no origina menos comentarios, fuma tranquilamente mientras toma con pausa, a sorbos pequeños el cortado ya prácticamente frío del todo. No tiene prisa, absolutamente ninguna prisa. Va pensando mientras en el rumbo que tomará. Tiene todo el día por delante, no ha quedado con nadie, hoy al menos es inmensamente rico, es total e irrefutablemente (al menos hoy) dueño de su tiempo.

Sin haber decidido todavía el rumbo de la salida dominguera, vacía la cazoleta de la pipa en el cenicero de agua que hay sobre la mesa. Guarda el monedero, el atizador, el encendedor y la pipa en la bolsa de manillar. Se cala los guantes sin dedos, ciñe el pañuelo a la cabeza y sobre él se ajusta el casco. Ese mismo casco de corcho extraligero que le pareció de broma cuando lo compró. Era su primer casco, su primera bicicleta, su primer año de viajes y salidas con ella. Todo aún le parecía más nuevo de lo que era, todo incluso el mismo día, el mismo domingo primaveral le parecía nuevo, como si fuera el primero de muchos domingos primaverales. Esto de la bici tiene una magia que apenas aún, en estos momentos anda intuyendo.

Subido sobre su Orbea Ravel, a la que tiene por la bici de paseo más viajera del mundo, sigue el rumbo de la metrópoli, que cruzara raudo y a su vez tranquilamente dada la escasez de tráfico que rueda por las calles en horas como estas y en domingos como éste. Duda... ciudad y carriles bicis, carril bici al interior, carril bici al super cauce ajardinado. Este último es el escogido y por delante de lo que fuera una terrible cárcel accede al cauce domesticado. Comparte espacio con mirlos negros, con algún perropaseante y una chica que va corriendo.

El cauce está húmedo aún del rocío de la noche pasada y ayudan a ello incluso algunos aspersores que motean el césped verde y que acaban ocasionando charcos en el caminito que va tratando de esquivar. No hay desniveles, todo es plano en un discurrir entre árboles y bajo puentes hasta llegar sin notarlo hasta la ciudad ultramoderna, con edificios blancos que se ven desde lejos y láminas de agua en las que se miran, se reflejan y se desdoblan en una simetría que capturan miles de ojos digitales.

Llegados a este punto... quedan aún alternativas. Vuelta atrás por el mimo camino, carriles bici por el sur de la metrópoli o carril bici hasta el mar. El mar, el mar. Una constante referencia desde crío y una referencia inacabable desde que anda con bici. Definitivamente carril bici hasta el mar.

Apenas un puente metálico sobre el tren, apenas otro puente de hormigón sobre la autovía, definitivamente un último puente pavimentado sobre el mar que entra tierra adentro y paseo marítimo con carril bici que serpentea siguiendo la línea de costa. Ya debe haber unos cuantos grados más marcados en el rótulo digital de la farmacia de la plaza. El sol ya está algo alto. Deben ser las diez de la mañana y la brisilla del mar empieza a agradecerse.

Pasados los primeros kilómetros, apenas dos o tres, de costa una duna artificial con sombrajo no menos artificial permite un descansito y dedicarle unos minutos a la contemplación marinera. Apenas algún velerito, una o dos lanchas a motor que aspiran a yate y un barco de carga atracado mar adentro. Las olas, sin exajeraciones, zigzaguean hasta el mismo borde de la playa. Una barrita a modo de almuerzo, un trago de agua, unas caladas a la pipa y un par de fotos que no acabará de descargar al pc nunca. Y sobre la Orbea Ravel sigue camino bordeando la costa, aprovechando la horizontalidad del horizonte. El carril bici a veces alfombrado de una fina capa de arena que a modo de trampas esperan al ciclista, a él también le cazó a la salida de una suave curva experimentando una afortunadamente suave también caída. Nada que destacar, tan sólo el desparrame absoluto de las cosas que viajan con él en la bolsa de manillar. Todo recogido menos el susto que aún le va dando vueltas por las venas en forma de zambomba que suena en sus sienes.

Carting cercano, ruido de motores de dos tiempos (supongo) que rasgan el silencio marinero de cada día. En este tramo el carril es bueno pero sus alrededores algo sucietes tirando a muy sucietes. Además el ruido de los cars, qué gente más tonta por Dios!

La foresta y el carril bici acaban desembocando en una carretera turística pero muy acostumbrada a la rodada de ciclistas domingueros por sus arcenes. Sigue la sombra de la última peña que pasa y apenas dos o tres kilómetros más adelante se encuentra con su adolescencia, con su juventud, con su trabajo cuyo recuerdo no quiere conservar. Aquellos versos, aquellos besos, aquellos paseos, solitarios en las dos últimas décadas. Se cruza con todos y con todo, le saludan todos y a todos saluda, pero sigue tras una breve pausa para cortadito con leche natural, hacia los recuerdos más primitivos y casi sin darse cuenta se encuentra bajo un sol de justicia pescando ranas con un palo y un hilo con un algodón inmaculado en su extremo. Se encuentra mochila al hombro rumbo a la acampada en el medio kilómetro más alto del término municipal. Se sube y al pie de las escalinatas en las que todos los novios y todas las novias del mundo se han fotografiado en tan principal día. El depósito elevado ya no existe. El medio kilómetro cuadrado está desprovisto de su símbolo. El alto depósito de hormigón que suministraba agua pura, pero pura de veras, a la zona poblada de la playa. Mira hacia arriba, la nostalgia le pellizca la nuca apretada mirando a lo más alto sin poder verlo. Solo  el sol y unas minúsculas nubes blancas y unos pequeños pajarillos negros... ni rastro del depósito, ni rastro de su sombra, ni rastro del grifito metálico en el que esperaba llenar el bidón. Esto ya no es lo que era. Se lamenta y odia un poquito a los ecologistas que lucharon porque se retirara el depósito.

A la puerta de la ermita, enciende la pipa, restos de la anterior en lo alto de la duna artificial. Piensa en los patronos, piensa en su padre, piensa en lo que pican e irritan la piel las hojas del arrozal y en la dulzura con la que las sanguijuelas engordan sus cuerpos a expensas de las venas de quien, pies en el barro, limpia el arrozal de malas yerbas... su padre a la mente de nuevo. Se intuyen debajo de las gafas de sol unas lágrimas, una apretura en el pecho y unas ganas de salir corriendo.

Orbea Ravel y él bajan por la cuesta vertiginosa de apenas un centenar de metros o tal vez menos, desembocando en las cuatro casas rodeadas de cuatro olivos. No hay nadie, algunos recuerdos de niñez, de excursión, de Movimiento Junior y se toca la garganta tratando de apretar el hueso de tuétano con el que hebillaba la pañoleta. El pedaleo es automático, ya no sabe quien lleva el rumbo pero la bici enfila el caminito de tierra que lleva hasta el borde mismo del campito arrozal que trabajaba su padre. Se detiene, está junto al nacimiento de agua dulce al que muchos pescadores iban a pescar. Qué profundidad en aquellos años de aguas limpias, cristalinas, transparentes en las que señoreaban barbos y tencas. Ahora es un fangar... Lleno de todo y aparentemente mucho más pequeño, mucho menos profundo.

Vuelta a rodar, el sol está ya en lo más alto, quizás bajando un poco. El sol aprieta y son escasos los espacios sombreados en todo el término. Conoce perfectamente estos caminales desde crío, se adentra por los que menos tráfico rueda, a pesar de que lleva hasta un poblado absolutamente turístico y más en domingos como éste.

Se acerca la hora de comer, hace calor, no lleva mucha agua, si eso más o menos medio bidón, y la sombra sin aparecer. El horizonte está salpicado de pequeñísimas construcciones, todas ellas datan de los años anteriores a las prohibiciones de la legislación de protección de espacios naturales. Son casetas de aperos y casetas que cobijan motores para drenar los campos de arroz y evitar que un exceso de agua malogre las cosechas y de paso ayuda a optimizar los recursos al repartir mejor la disponibilidad de agua para que el arroz, monocultivo de la zona. Por lo general son pequeñas, sin gracia y por supuesto sin sombra. Sigue rodando, de lejos intuye un pequeño respiro. Se va acercando y efectivamente, una caseta diminuta pintada de blanco, de aspecto desaliñado, con un pequeño paellero, con más aspecto de escombro que de lugar para comidas dominicales. Pero lo mejor, tiene una sombra. Ciertamente escueta, mínima, sólo casi insinuada, pero alivio del sol primaveral de Levante.

Una higuera enana, empobrecida a bases de empujones de los vientos que le soplan casi de los tres costados, que en el cuarto le cobija la casita, tan baja como la higuera, tan alta como aquella. Refugio de sombra al fin y al cabo. Por fin sombra.

Llevaba preparados desde casa un par de sandwiches de fiambre y pan de molde y una lata de cerveza en una bolsa isotérmica que le regalara un desaparecido amigo de rodadas. El líquido de lujo exquisito en estas circunstancias no está exactamente frío, la funda isotérmica es menos efectiva de lo que se podría esperar de ella.  Come y estando en ello llega en dirección contraria por la que él venía una bici blanca de aspecto novísimo y sobre ella... ¡una ciclista! Se asombra porque sin duda son las menos de los ciclistas y menos rodando en solitario. Lleva su reglamentario casco, blanco a juego con la bici y una camiseta azul celeste y culotte con minifalda.

Anda buscando igualmente algo de sombra.Él la saluda y ella se detiene. No duda ni un momento, se baja de la bici y se acerca casi a la vera de la sombra, pero no puede llegar directamente, una pequeña acequia de apenas medio metro, seca como el resto de terreno, le corta el paso. Él se levanta, le toma la bici y la ayuda a cruzar el obstáculo.

Pasa, pasa que la sombra escasea...

La Real Acequia de Moncada

 
Esta es la segunda vez en pocas semanas que voy a seguir el trazado de la Real Acequia de Moncada. Seguramente debería aprovechar el momento para explicar o contar algo sobre esta famosa e imponente acequia, incluso aclarar algún término como "azud" pero no me voy a detener en ello más que nada porque a un clic de Google se puede hallar mogollón de información veraz y ricamente ilustrada; y me ceñiré a lo que verdaderamente importa y es que estuve allí (estuvimos) y fue bonito, relajado, tranquilo y a fuerza de pedal.

En esta ocasión quedé con Lú, por lo que no iniciamos el trazado en el bello paraje que ilustra la foto de cabecera, el azud en el rio Turia y su grandiosa casa, que la tomo prestada de uno de mis más queridos usuarios del Wikiloc, Paquito74. Quedamos en Paterna, sería más fácil para Lú llegar allí que no a la Presa de Manises en cuyas cercanías está el azud, punto de inicio de la ruta. Nos perdimos pues algunas interesantes instalaciones de la acequia hasta la salida de Paterna, pero no importa en absoluto, la compañía compensará el vacio fácil de llenar en cualquier otra excursión.

En la medida de lo posible seguiremos este track que me bajé del wikiloc que como ya dije era del usuario Paquito74, del que ya he hecho en otras ocasiones rutas y que lo recomiendo encarecidamente para recorrer, pasear, conocer y disfrutar de unos espacios privilegiados por el entorno de Valencia. en total nos vendrían a salir alrededor de setenta kilómetros, un par arriba un par abajo según el cuentakilómetros de cada uno.

La ruta es fácil, apenas algo de carretera para salir de Paterna pero que un domingo por la mañana (no muy temprano para evitar los rezagados muy perjudicados de la noche) y pronto te encuentras pasado ya Burjassot bonitas muestras de la ingeniería hidráulica que permite llevar abundante regadío a una amplia zona de cultivos para acabar dispersando el agua sobrante en la Marjal dels Moros, un humedal digno de ser visitado en la misma orilla del mar en Puçol acabando la ruta en el Grau Vell de Sagunt.

Nosotros, este domingo alteramos bastante la ruta en lo que toca al final y a la vuelta al punto de origen, pero vayamos por partes.

La mañana para ser un domingo de finales de octubre es total y absolutamente brillante, con un sol espectacular que obliga a la manga corta, las gafas de sol y pasar en la medida de lo posible del calor del casco en la cabezota.

La ruta pasa por caminos rurales asfaltados, algún pequeño tramo sin asfaltar e incluso dos o tres pasos en lo que el camino no existe pero sí la costumbre de pasar por el margen de algún huerto, lo que hace incluso más bella la ruta. Te encuentras con muchos partidores de agua, cruzas una y otra vez el caudaloso cajero de la acequia encontrándote muchas verjas con las siglas RAM en hierro.

Restos de molinos y en especial uno que no hay que perderse, gigantesco, con señales de posteriores y diferentes usos y... hoy por hoy residencia de palomas. Allí brama el agua abundante y no resulta difícil imaginar el trajín que debió tener aquella instalación molinera en épocas pasadas. Sentarse o apoyarse en uno de sus pretiles durante un buen rato y dejarse llevar por el ruido de la corriente es un placer para disfrutar que no engorda.

Nosotros aprovechamos el entorno y desplegamos los taburetes un par de naranjos más allá para evitar el ruido del agua que desaparece como por encanto. El sol, el silencio, las naranjas aún verdes y un poquito de pan y fiambre convierten el sitio y el momento en el más apetecible de los salones. Sentarse y dejarse llevar...

La ruta sigue y sigue, cruza pueblos, pasa una gigantesca fábrica de seda convertida en locales culturales, ruedas de molino como testigo en alguna vieja casa, caminos y pueblos de l'horta Nord hasta llegar a la misma playa de Puçol, prácticamente desierta a pesar del domingo espectacular. Un poquito más de fiambre con para comer y vuelta por la Vía Xurra hasta el punto de destino.

Huertas... huertos... paz... bicicleta y compañía... El día, la ruta acaba donde empezó pero con un buen cortadito a la luz blanca de los habitáculos encalados... Es ya de noche, hoy atrasaron la hora y el reloj nos lleva locos...

Se llama Lú

Eso, que se llama Lú (con acento en la u). Lú de Lú, me dijo cuando le pregunté por su nombre. Sin nada más, sin nada detrás, sin resultar abreviatura. Lú. Y Lú la llamo yo aunque apenas la llame.

Viaja conmigo o yo con ella (según se mire) desde casi que empecé a rodar en bici. Fue una casualidad o un chispazo del destino, lo cierto es que ella ya iba en bici desde antes. Una pesada bici auténtica de paseo para dar paseos, luego se hizo con otra bastante mejor y aquella quedó descansando en un almacén entre naranjos.

Hemos dado ya unos cuantos paseos, algunos muy largos otros muy cortos. Lú no es una atleta pero sí bastante campeona, tenaz y constante. A veces la veo tras de mi con una buena sudada pero por lo general no se le borra la sonrisa de la cara, se ve que se lo pasa bien. Noto que cada vez pedalea con más fuerza. Sus paseos ya lejos de algún carril bici empinado son más aventureros y aventurados. Lú es eso, una campeona.

Os la presento en este hilo porque habrá que nombrarla más de una vez cuando hable de las pedaladas en la que me acompañe, no hacerlo sería un agravio a su buena voluntad, a su siempre agradable compañía y... porque nunca se queja, todo lo parece bien y lo arregla con un "vale!" que zanja cualquier situación dubitativa.

lunes, 28 de octubre de 2013

Cuando comienzan las cosas

Hace poco más de tres años que tengo bici, bueno, exactamente ahora tengo ya tres y esperé a crear este blog todo este tiempo, además de por pereza, porque andaba liado con otras cosas. Algo más de tres años después de cumplir cincuenta (y tan feliz) y de tener ya tres bicicletas como dije, han sido ya muchas las cosas que he vivido montado en ellas.

Abundan muy buenas sensaciones, imborrables recuerdos, algún pequeño susto y muchas pedaladas que yo antes jamás, ni en sueños, hubiera pensado dar. Poner orden en todo esto, tras estos intensos tres años no sólo va a resultar complicado y difícil sino además, imposible totalmente: por tiempo, por verdaderas ganas de hacerlo y porque han sido muchas... Mucho tendría que rascar en mi memoria para desenterrarlo todo y me da que va a ser que no... No me apetece quitarle tiempo a ir montado sobre la bici... por eso mientras voy pedaleando.